Terminaron las vacaciones
dando comienzo los preparativos familiares para abordar la etapa
escolar, estimulando las emociones y ansiedad de la “mitaizada”.
Los que inician el tránsito educativo y los que continúan.
Hay que retomar el proceso enseñanza / aprendizaje.
Inmediatamente,
viajando el tiempo me ubico en la Escuela n°3, en la calle
Mitre, década del 50’. La escuela antigua, mezcla
de ladrillos y tablones. El brocal dominando las galerías
en el patio delantero. El mástil. Hacia la alambrada de
la Mitre el terreno para la “Huerta Escolar”. Al costado,
la “canchita” de los recreos y dos generosas moras,
haciendo las veces de postes de un arco.
La
escuela convocante, de la campana de bronce. La que nos
llevó un día a amar la tierra, los símbolos
patrios. La que nos hizo sentir el frío de la ausencia
“malvinera”. La de los sueños. Del amor inocente,
de las “cartitas” que corrían arrugadas de
banco a banco, con miradas vergonzosas. La escuelita mía.
De ayer, hoy, siempre, llena de sabiduría y amor, que ahora
te invito a recordar.
Guardapolvo
blanco. Corto, largo, mediano, como sea. Nosotros usábamos
unos muy lindos que confeccionaban solidariamente un grupo de
damas dirigidas por Madame Coulier en la Ex “Capilla Taller
San Luis”.
La
solidaridad es un bien espiritual que hay que preservar
y promover. A ello, debemos agregarle creatividad, como lo hacían
nuestros padres, con absoluta dignidad y responsabilidad. En el
bolsillo derecho dos galletas “chicas” para atemperar
el apetito en los recreos. Porta-útil de tiras de cueros
al hombro o, portafolio (los que podían). Cuaderno único
de trabajo. (Cuidadito con arrancarle las hojas), “secante”,
“borrador”, lapicero de madera y pluma “cucharita”,
quemada en la punta “para que escriba mejor” (decíamos).
Lápiz negro, papel de lustre. El “jarrito”
de aluminio, -sostenido por el cinturón del guardapolvo-,
para el agua o el mate cocido con galletas. Los “dulces”
usaban el vasito de carey plegable. Ah, casi me olvido, la Libreta
de Ahorro.
Que
más? Los que usaban “Champión”
blanco o azul con medias zoquetes. Ya en el aula, pupitre de madera
con un orificio en el centro para encastrar el tintero involcable
con “ponchito”, generalmente de tela de lana.
Hablando
de pupitre. “Las manos en el pupitre”, decía
la maestra (Hoy sería “la seño”). Era
la “inspección de uñas”. La higiene,
fundamental. El pelo largo? Ni hablar. Se acostumbraba al corte
militar, rebajado al ras con un mechón en la frente. No
sólo por una razón higiénica, sino también
económica familiar (que el recorte durara más).
El
primer día de clase, limpieza general del aula
y elementos. Iniciábamos la tarea por el “Banco”,
casi como un concurso, quien la raspaba mejor. Papel de lija,
no había. Trabajábamos con pedazos de vidrio y a
frotar. Pasar la escoba por los cielorrasos, paredes y baldeo
general. La maestra, a la par de todos, haciendo y orientando..
Todo tenía que quedar limpio, impecable, para el inicio
de clase. La custodia y mantenimiento de la infraestructura, muebles
y útiles del establecimiento también formaban parte
de los compromisos del alumno.
Al
día siguiente, después de la limpieza,
la jornada se desdoblaba, más o menos así: A primera
hora, “Aritmética”. Segunda, “Lenguaje”;
tercera y última “Desenvolvimiento”. También
se incluían, deportes, música y labores con las
profesoras. Lo que no existía el “Profe” de
Educación Física”, habitualmente suplido por
el Portero de la Escuela. En nuestro caso, recuerdo con afecto
al Portero Don Duarte. Que maestro de la vida!!. Los roles, en
un marco de orden y disciplina, se mantenían a rajatabla.
La educación partía, inexorablemente, desde la responsabilidad
y todos aportaban lo suyo.
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El
docente cumplía múltiples roles. Se daba
lugar para todo y para todos, hasta en la Huerta Escolar, cuyo
excedente se repartía entre los participantes. Además,
lo producido se comercializaba en el mercado local y con lo
recaudado adquirir elementos necesarios para la escuela.
El recreo se convertía en institución.
Las “mitacuñaices” jugando: “rondas”,
“chiquichela”, “la mancha”, “anillo
perdido”, “la rayuela”, entre otros. Los “mitaices”
en la “canchita”, el picadito que no concluía
nunca. A lo lejos, recostado por la alambrada, el “Bollero”,
esperando y moviendo, de vez en cuando, el mantel que cubría
la dulce mercancía, haciendo que despida la fragancia
irresistible. Al rato, el sonido de la campana. Terminó
el recreo. “Nadie se mueva”! Advertía la
Directora o la “Maestra de Turno”. Segunda campana
a los salones. No había guapo que se resista al “puntero”.
La disciplina una cuestión primordial.
Existían medidas ejemplificadoras para los remisos. Pararse
mirando la pared en una esquina del salón de clases,
ante la mirada de todos; o, si la cosa venía brava, a
la Dirección. Parado allí hasta la última
hora, perdiendo la clase y exponiéndose ante todo el
alumnado.. Se decía entonces “fulano se quedó
después de clase”.
La cosa era si se enteraba la “Vieja”,
seguro que el efecto venía con “premio”.
“Orden y disciplina”, expresaba Jaime Barylko, sin
esos elementos no hay educación. La educación
es trascendencia, progreso. Nuestros padres “la tenían
clara”. Recuerdo a Doña Juana Melgarejo, Revendedora
del Barrio San Miguel, cuando insistía ante su nieto
“ESTUDIÁ MI HIJO, EL QUE ESTUDIA NO TIENE LÍMITES”.
ELLA, MEJOR QUE NADIE PODÍA ENTENDER LA IMPORTANCIA DE
LA EDUCACIÓN; QUE SI BIEN ES UN DERECHO, TAMBIÉN
ES UN COMPROMISO PERSONAL DE RESPONSABILIDAD Y ENTREGA, PARA
DEJAR ATRÁS EL ATRASO Y LA INCAPACIDAD.
Caramba? La campana de salida. A formar. Arriar
el pabellón Nacional. Hasta mañana alumnos y aquella
canción que me quedó en el alma “SOMOS OPERARIOS
DE UN MISMO TALLER / DEL TALLER MÁS NOBLE TEMPLO DEL
SABER./ CUANTAS ALEGRÍAS PASAMOS EN ÉL. / CUMPLIENDO
GOZOSOS CON NUESTRO DEBER / LLEGÓ YA LA HORA PARA DESCANSAR
/ CON FE Y ALEGRÍA VOLVEMOS AL HOGAR. / ADIOS MI MAESTRA
PRONTO VOLVERÉ A CURSAR TUS AULAS TEMPLO DEL SABER”.
Que emoción revivir estos tiempos de
mita-í escuelero. La escuela pública, la de los
primeros sueños, que aún nos lleva por los caminos
de la vida, con un corazón blanco de ternuras y la maestra
que nos recibe para recomenzar la aventura del conocimiento.
Cuanta razón Doña Juana Melgarejo: “El que
estudia, no tiene límites..”

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