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Los formoseños asumimos nuestras
herencias, nos hacemos cargo de ellas, somos hijos de todas
las naciones que reinaron en esta geografía, y de
las que la colonizaron desde sus raíces culturales.
Desde lo originario nuestros padres ancestrales son los
Qom, los Wichi, los Pitte´laalé ecpi y también
de los Guaraníes, aunque algunos no lo entiendan
o utilicen el odio para descalificar orígenes y herencias
que no condicen con sus intereses. También somos
hijos, desde la historia más cercana, desde hace
125 años, de los europeos, paraguayos, salteños,
santiagueños, correntinos, etc, y asumimos como legado
cada una de esas culturas.
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No
es redundante expresar que la cultura define el
modo de ser de una comunidad, el modo en que se relaciona con
su entorno, y que la misma es una construcción histórica,
por lo tanto el único hacedor y destinatario es el hombre.
Por progresión histórica, nuestro pueblo en su edificación
marchó siempre más allá del ritmo de las
políticas aplicadas desde la Nación en su desarrollo.
Consciente de sus herencias pluriculturales, con muy poco tiempo
histórico para desarrollarse como entidad afirmada en una
teoría y una doctrina única, persistente en la construcción
de su historia, depositario de los valores comunes de sus vertientes
fundadoras, amalgamado en ellas desde la pertenencia a un paisaje
concreto, el hombre habitante de esta geografía tributó
siempre su ser y su hacer a la voluntad común de permanecer
en el tiempo como pueblo, con un futuro digno, en lucha y en crecimiento.
Ha comenzado desde
abajo en sus anales, humildemente, con hechos, realizaciones,
en un paisaje inhóspito, ignorado hasta por la historia
del país, ejecutando concepciones inmediatas y no de larga
madurez, y sobre esa marcha ha ido construyendo su propio supuesto,
obedeciendo más a un empirismo que a la idealización
de un proyecto.
Para la percepción
de los fenómenos exteriores a su realidad y de sus fenómenos
espirituales internos, ha retenido dentro de si la sabiduría
fundamental de sus herencias, conciente de que el hombre sabe
tanto como recuerda. Su memoria es la síntesis verdadera
de su ser y su pertenecer. La memoria de cada una de sus sangres
congrega lo mejor de sus legados, su espiritualidad profundamente
cristiana y su contingencia pionera. Su realidad legítima,
en construcción, así lo exige.
Primero transitó
el proceso territoriano, pionero, de profunda mística conquistadora,
colonizadora y fundadora, donde las vertientes primeras se afianzaron
con grandes sacrificios en la geografía que lograron. Luego
vendrían las primeras amalgamas étnico-raciales
con la epopeya ferrocarrilera y otras empresas mancomunadas, para
llegar en lucha digna a la etapa de provincialización;
otro tiempo fundacional desde la faz política, hace 50
años. Hoy podemos ver claramente desde una tarea de comprensión,
valoración y fortalecimiento, aquellas enigmáticas
redes de construcción espiritual que fue tejiendo el formoseño
a lo largo de su tiempo, como cimiento de su existencia, y podemos
afirmar un planteo de necesaria recomposición a través
de una profunda militancia por la federalización interna,
y la apropiación de la pluralidad que nos identifica como
comunidad de cultura.
Nada en el plano terrenal
es superior a la vida del Hombre, todo debe estar a su servicio,
todo debe concurrir a ese bien supremo: lo educacional, lo económico,
lo político, lo jurídico, lo social, lo científico,
lo tecnológico, que son aspectos específicos de
la cultura, todo debe sometérsele para que puedan darse
en ella y en plenitud la libertad y la dignidad de la persona
humana.
En
una constante
interculturación entre las vertientes primeras y las nuevas
y periódicas oleadas migratorias; dinámico y cambiante
el hombre-cultura Formoseño sobrevive a los designios externos,
sus valores perviven los tiempos cruciales de la transculturación
planificada por los poderes hegemónicos del último
medio siglo y el desconocimiento y la negación de su identidad,
aún en su historia reciente. Y en una síntesis de
su cultura, se yergue frente a la crisis con las capacidades y
sueños de un hombre comprometido y en lucha.
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Las
supremas aspiraciones colectivas son las que van
señalando la senda más segura para alcanzar su mejoramiento
espiritual y material, manteniendo las esperanzas a la luz de
su raigambre histórica, con una visión enfocada
a sus futuras proyecciones. Se mantiene latente en el pueblo un
anhelo legítimo de grandeza, apoyado en un esfuerzo fecundo
y en sus pacíficos afanes.
Se hace necesaria
una adecuada orientación para la comprensión de
nuestra multiculturalidad, y de la interculturalidad en las zonas
de confluencia de las vertientes, socializando el conocimiento
y la valoración de nuestra particular conformación
socio-histórica, hasta la apropiación de estas como
valor popular. La Constitución Provincial en el Capítulo
VI, artículo 92º, afirma el reconocimiento de la realidad
cultural formoseña conformada por vertientes nativas y
diversas corrientes inmigratorias, con variadas costumbres, lenguas,
artes, tradiciones, folklore y demás manifestaciones culturales
que coexisten, pluralidad socio-histórica que marca la
identidad del pueblo, con el objetivo de formar una conciencia
de pertenencia a Formosa en un marco Regional, Nacional, Latinoamericano
y Universal.
Podemos hoy afirmar
sin temor alguno que se desarrolla un nuevo capítulo de
histórica trascendencia en nuestra provincia, comparado
solamente con las gestas fundacionales y con las luchas por la
provincialización.
Es esta nueva realidad la que lleva al Formoseño a reflexionar
sobre sus potencialidades. Ya no va a ser el mismo hombre de los
cien años anteriores quien enfrente este desafío,
tiene que aparecer el hombre nuevo. El hombre de la nueva historia.
Hombres y mujeres libres, capaces, alertas, seguros y comprometidos,
con las herramientas para ejercer el derecho inalienable que tiene
todo hombre de realizarse en el suelo natal; educación,
formación profesional acorde a sus necesidades, reconocimiento
y valoración de su identidad y de sus potencialidades como
pueblo, creativo y con proyección hacia la inexorable universalidad
del mundo futuro. Formoseños que pisen con firmeza este
nuevo milenio.
Este hombre nuevo
está en cada uno de los habitantes de esta tierra, los
nativos y los que la eligieron como un destino de vida, en los
comprometidos con ella. Este hombre nuevo esta latiendo en lo
mejor que tiene cada legado cultural y en la suma de los valores
positivos de cada individuo, porque es desde los valores propios
del individuo que mejor se representan los valores de la sociedad.
Estos valores, son
la riqueza que apuntala nuestra posibilidad cierta de planificar
un futuro posible. Deberían ser reconsiderados en su expresión
más alta; desde las simples acciones cotidianas, en lo
personal, moral, familiar, comunitario, artístico, político.
Tener glorias comunes
en el pasado, una voluntad común en el presente, haber
hecho cosas juntos, querer aún hacerlas, he aquí
las condiciones esenciales para ser pueblo, de este flujo y reflujo
de fuerzas espirituales, de la inquietud profunda y la compleja
originalidad de nuestro pueblo, surgirá vigorosa esta estirpe
de hombres nuevos formoseños, renovando día a día
la energía de seguir existiendo, viviendo y actuando en
común unión. Porque el formoseño debe estar
afirmado a una cosmovisión comprendida desde la cúspide
de la cimentación hombre-cultura, con una toma de conciencia
sobre su realidad, para convertirse en la expresión acabada
de este pueblo de culturas, que tiene para aportar a la humanidad
su Ser y su Hacer. La re-evolución del hombre formoseño
es una causa de todos, porque es una causa por la libertad y la
dignidad, los aspectos más sagrados del hombre.
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