El
Anteproyecto de Educación Formoseña, puesto
a consideración de amplio sectores sociales en toda la extensión
de territorio provincial, sin duda, ha generado un importante debate,
a la altura del tema tratado. No es para menos; la educación
es percibida por nuestro pueblo como un bien de extrema importancia,
en el que se juega en gran medida el futuro de sus hijos y de la
comunidad, pese a que en los últimos años haya sido
objeto de zarandeos de todo tipo.
Al igual que otros focos generadores de valores
(tales como la familia, la Iglesia, el mismo Estado), la educación
no ha escapado a la perversa lógica de desgaste a la que
ha sido sometida por grupos interesados en imponer paradigmas extraños
a nuestra idiosincrasia. Impulsores de anti-valores (donde los medios
masivos de comunicación tienen una gran cuota de responsabilidad),
ponen al alcance de nuestros jóvenes un conjunto de aparentes
verdades, tan escandalosamente vacíos de contenido, que los
deja al borde de un de escepticismo extremo, imposibilitados de
creer siquiera en sus propias capacidades.
Se ofrecen así placeres aparentemente sin
límites, a partir de un sensualismo que aturde la reflexión,
creando una falsa realidad, fraccionada como en una novela surrealista.
Estas son condiciones aptas para un consumismo desenfrenado (claro
está: en aquellos que pueden consumir desenfrenadamente);
la gran mayoría queda presa de una frustración exasperante
al no poder “consumir” en la medida de la siempre cambiante
e inaccesible oferta, sumiendo a una amplia franja poblacional en
un estado de insatisfacción permanente.
La rueda de productos legales y de los otros no se detiene
nunca, proyectándose al infinito: alcohol, cigarrillo, música
barata (con letras baratas), teléfonos celulares (que aumentan
la incomunicación), etc. Y no solo se trata de ropa o accesorios
inútiles: la moda, en contra de su propia naturaleza, fugaz
y efímera, le hace pagar un precio muy alto a miles de cuerpos
jóvenes que quedan perforados y tatuados de por vida. ¡Si
al menos existiera una causa de justificación trascendente,
como aquellas ofrecidas por algunas culturas y civilizaciones que
también marcan sus cuerpos!
Este escenario es tributario de los falsos dogmas
que circularon profusamente en los años ’90, por caso:
el pensamiento único y el fin de las ideologías, esto
es, el viejo liberalismo individualista, reencarnado en el contemporáneo
“neoliberalismo”. Se propone un “vacío”
ideológico nada ingenuo ya que forma parte de un discurso
cargado de intereses aviesos, hábilmente maquillados para
circular en los nuevos tiempos. Por desgracia, planteos de esta
especie, absurdos por definición, han hecho carrera en estos
lugares, encontrando aún hoy -luego de la calamitosa década
de los `90- algunos fervientes defensores.
¿Qué actitud debe tomar la comunidad
y sus dirigentes ante tamaño panorama? El dilema es bastante
claro: o dejar que este estado de cosas se profundice o hacerle
frente con decisión y herramientas genuinas. Pero no se puede
partir de la nada; ya los antiguos sostenían que “ex
nihilo nihil fit” (“nada puede crearse de la nada”).
Estamos convencidos que una de estas herramientas es el anteproyecto
mencionado más arriba. Tomando debida nota de su (¿fracasado?)
antecedente federal, la norma proyectada no le escapa a la toma
de posición, al enunciado de valores y al compromiso doctrinario
y filosófico; ello se hace evidente en toda la extensión
de su articulado, pero con mayor concreción en los “Fundamentos”
y en los “Principios y fines”. Allí está
su substancia o “quidditas”, al decir de Santo Tomas.
¿Qué todo esto es ideológico? Si señor;
que nadie lo dude. Al menos en Formosa, la apuesta ideológica
aún está viva.
Que quede claro: nuestra concepción del término
“ideología” (alejado del “ideologismo”,
que se encierra en la rigidez de dogmas preconcebidos) se refiere
a ese conjunto de ideas y valores cuya función consiste en
guiar comportamientos políticos colectivos, equidistante,
por cierto, de la tesis marxista, para quién constituiría
una falsa conciencia de las relaciones de dominación entre
clases. Desde la perspectiva que aquí presentamos, “La
ideología, origen de todas las transformaciones humanas,
es imprescindible cuando, por lo menos, se intenta saber lo que
se quiere” (J.D.Perón, “Conducción Política”).
Cuando se trata de la educación de los hijos
de esta tierra no es posible quedarse a mitad de camino. Con todo
el respeto que merecen, no compartimos las soluciones practicadas
en algunos aportes al anteproyecto, donde se toma extensas porciones
del mismo pero se deja de lado -inexplicablemente- lo más
rico que éste ofrece: un amplio plexo de valores que rescata
la familia, la comunidad, las raíces culturales, las creencias,
la identidad … en suma, al hombre en su dimensión espiritual
y material, reconociéndose que la educación de los
formoseños debe estar, entre otras cosas, “Esencialmente
fundada en una pedagogía de valores [donde] se privilegie
el ser antes que el tener”.
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Valores, de eso se trata, aunque seamos redundantes.
En la permanente lucha por la verdad, las ideas y principios, el argumento
de autoridad concurre en nuestro auxilio: “ Hay que observar
que si no existe una verdad última, la cual guía y orienta
la acción política, entonces las ideas y las convicciones
humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines
de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en
un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”
(Juan Pablo II, “Centessimus Annus”).
El anteproyecto se hace cargo de una educación
que se fundamenta en principios debidamente legitimados una y otra
vez por la inmensa mayoría del pueblo formoseño, por
medio de los sagrados mecanismos de la democracia. Nadie puede poner
esto en duda.
No se trata de ideas peregrinas, extrañas al sentir popular,
al ser formoseño. ¿O acaso puede ser disputado el principio
que indica que le cabe al Estado el rol central en el diseño
de las políticas educativas?
Pero el Estado, en tanto hacedor del bien público
temporal, también está obligado a manejar la cosa pública
con cuidado y previsión, acomodando su accionar para vencer
al tiempo, anticipándose a los acontecimientos, todo lo cual
requiere de un plan, de un proyecto o de un modelo, como corresponde
a un Estado organizado y a un pueblo libre; la Comunidad Organizada,
en suma. Sabido es que tal modelo está en plena ejecución,
y que dentro de él se deben articular las políticas
educativas. La educación, como consecuencia, debe ser (en palabras
del anteproyecto) “Parte constitutiva e indisoluble del modelo
de provincia …”. ¿Es posible argumentar válidamente
en contra de esta premisa? ¿La política educativa puede
contradecir los postulados del modelo? Aún más, ¿es
posible construir el futuro de los formoseños sin un plan que
incluya a la educación como componente vital? Parece improbable.
Respetuoso, como no podía ser de otra manera,
de la libertad de culto, pero consiente asimismo del sentir del pueblo
formoseño, el Anteproyecto propone una educación popular,
humanista y cristiana, centrada, naturalmente, en el hombre; en el
hombre nuevo formoseño. Se refuerza la idea de enriquecer nuestra
identidad provincial, sin soslayar por ello las tradiciones culturales
del resto del país.
La familia encuentra también su lugar, en
tanto agente natural y primario de la educación. Así
también, el anteproyecto impulsa conductas valiosas asociadas
con un estilo de vida democrático, cooperativo y esencialmente
solidario, en el marco de una patria que no renuncia a la justicia
social, a la independencia económica y a la soberanía
política.
La juventud formoseña, a través del
sistema educativo, tendrá la ocasión de reflexionar
ampliamente sobre el pasado provincial y la actual lucha por superar
históricas postergaciones, vinculando estos procesos, por ejemplo,
con el nuevo perfil productivo provincial, sintiéndose protagonista
de este nuevo tiempo.
En fin; podríamos continuar con la mención
de valores que de modo expreso contiene el texto comentado, pero no
es nuestra intención formular una completa exégesis
del mismo, ni mucho menos practicar una exposición de orden
técnico. Nuestro objetivo, como se podrá apreciar, es
más humilde. Se limita a llamar la atención del lector
sobre los fundamentos axiológicos, presupuestos ineludibles,
a fe nuestra, para superar la crisis del sector educativo; crisis
que -casi está demás está decirlo- es patrimonio
común de todos los argentinos.
Se podrá opinar que el enunciado de valores
no es propio de una ley; que las leyes no deben describir sino prescribir.
Esto es cierto; pero parcialmente cierto cuando se trata de una norma
fundacional, como en este caso. Esta ley estará destinada no
solamente a prescribir conductas sino a iluminar el camino de muchos
jóvenes formoseños; nada menos. La pureza jurídico-normativa
puede esperar un poco.
También es cierto que la mera letra de una
ley (o un anteproyecto, como en nuestro caso) no tiene entidad suficiente
para modificar realidad alguna. Pero es imperioso que ella se haga
carne en los responsables de llevar adelante el área educativa,
en los maestros, en los padres, en lo jóvenes, en los medios
de comunicación; en suma, en toda la comunidad formoseña
y en sus dirigentes. Si esto es así, toda esa potencialidad
se trasformará en acto, en realidad; en una poderosa e infranqueable
barrera que brindará abrigo y protección a nuestro niños
y jóvenes.
En tiempos en los que se desdeñan o simplemente se pisotean
los valores, es obligación del Estado rescatarlos, defenderlos
y promoverlos a cualquier precio. Eso se llama política de
Estado. |