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Desde
los primeros pasos pioneros de la colonización de
esta agreste tierra formoseña, la religiosidad de
nuestro pueblo fue el denominador común de unión
de las vertientes diversas de nuestro origen. En aquellas
épicas jornadas Fontanianas de fines de marzo y principios
de abril de 1.879 que alumbrara al mundo la Villa Formosa,
la protección de la epopeya por la fe cristiana estuvo
encarnada en la imagen pura y limpia de la Virgen del Carmen
que acompaño a colonos, marinos y militares, juntamente
con San Miguel y San Antonio. En los desconocidos confines
del oeste donde la vida se gestaba con el mismo impulso,
en la Colonia Buenaventura o los primeros asentamientos
ganaderos, custodiaba a nuestra gente la Virgen de los Pobres
o la mística figura del santo del violín;
San Francisco Solano.
La colonización
del nordeste territoriano; de raigambre guaraní,
profundamente cristiana, aporta elementos de gran importancia
a la religiosidad de nuestra gente. La presencia de la Misión
Franciscana de San Francisco de Tacaaglé, inscribe
su gran labor evangelizadora, las historias gestadas por
sus servidores, inclusive algunos convertidos en leyenda
como el padre Pavlón y la historia de Paí
curuzú. Además cada individuo, cada familia
trajo en sus alforjas culturales sus propios fundamentos
y las imágenes de su veneración, enriqueciendo
notablemente la historia de la Provincia desde cada punto
de asentamiento.
Laguna Blanca es
uno de esos puntos estratégicos en esta historia
de pioneros y nombres legendarios. Desde las postrimerías
del siglo XIX aquellas familias fundadoras ingresaban con
sus sueños y esperanzas, y con la fe de sus padres
cimentando las nuevas raíces. Y al comenzar este
año, en que nuestra Provincia cumple cincuenta años
de vida institucional, de crucial importancia para la asimilación
de nuestra historia provinciana, con esa visión y
con tan delicada misión, nuestra publicación
a viajado hacia este punto, para rescatar de la memoria
una de las expresiones importantes de la religiosidad popular
de Formosa; la celebración de San Baltasar o como
se conoce notablemente: las festividades de “Santo
Rey”.
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Según
narraciones
recopiladas de pobladores de Laguna Blanca, portadores de la tradición
de estas festividades, allá por1.910 entre otras familias que
venían a poblar Colonia Alfonso, antiguo nombre de Laguna Blanca,
llegaba desde el pueblo de Limpio, República del Paraguay la
señora Simeona Jara, que transportaba entre sus pobres pertenencias
la imagen del Santo de su devoción: San Baltasar, conocido
por sus seguidores como “Santo Rey”.
Esta denominación
proviene del origen de este santo canonizado por el pueblo, pues El
fue uno de los tres reyes magos que, siguiendo la estrella de Belén,
llegaban poco después del nacimiento a adorar al niño
Jesús. En la explicación que dan estos narradores sobre
su virtud nos cuentan que: “El fue el primero en arrodillarse
ante el niño Salvador, fue el primero en adorarlo, por eso
Dios le otorgó dones milagrosos.” Con este misterio se
instalaba en aquellos tiempos y en este paisaje la festividad de San
Baltasar. Las historias dicen que un gran número de seguidores
venían todos los años desde su pueblo de origen y de
otras localidades del Paraguay a rendir culto y a cumplir las promesas
hechas a este santo popular, sin atender los obstáculos naturales
de distancia, ríos y esteros.
Es rica la historia de los narradores,
abierta como un abanico en el tiempo, nos cuentan de la creciente
participación de las poblaciones aledañas, año
tras año; de los que venían por semanas con sus carretas
cargadas de ofrendas para compartir con los demás, frutos de
la tierra que el humilde ofrece en agradecimiento. Nos habla de milagros
simples que hacen a la salud y al reencuentro con seres queridos.
De aquella vez que el fuego consumió la ropa del santo y la
imagen quedo intacta, sin marca alguna de haber sido abrazada por
el calor. Cuentan de la alegría del encuentro anual; de los
miles que acompañaban a la imagen en las procesiones; y en
el fondo el pesar de que no sea un santo reconocido por la iglesia.
También esta fresca
en la memoria los ecos de la fiesta popular con bandas de música
y banderines flameando al viento, bravos jinetes con banderas coloradas
que acompañaban las procesiones y los juegos de la fiesta.
Todo un mundo de misticismo heredado y realimentado en el suelo propio.
Aun hoy esta alegría tradicional se mantiene intacta.
Santo Rey es para el
pueblo el patrono de Laguna Blanca, así lo veneran, así
lo recuerdan. Cada año cientos de promesantes con atavíos
que emulan la ropa del Santo, capa roja y corona, llegan hasta la
bella capilla levantada hace poco más de un lustro por decisión
del Gobernador de Formosa, a pagar sus deudas, algunos haciendo los
últimos metros de rodillas, una demostración de fe que
es de todos los tiempos.
Así como ayer,
en este 6 de enero, fiesta de la Epifanía, siguen llegando
de a miles los fieles seguidores de san Baltasar, con su fe, con su
alegría, al gran encuentro comunitario de su religiosidad,
a disfrutar del amor compartido, de los juegos tradicionales, y a
renovar sus votos de hombres buenos que buscan un futuro desde su
identidad. Hombres que abundan en esta tierra Formoseña.
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